domingo, 5 de junio de 2016

Polvo somos

Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
La vida y la muerte se abrazan, convergen en el mundo para llorar a sus muertos.
Cuerpos dormidos, carne inerte bajo la tierra que los vio nacer. La muerte se pasea entre los recovecos de ciudades donde el silencio molesta.
Nos observan, cargan sobre nuestras espaldas sus gemidos de desesperación, extinguiéndose en la oscuridad del vacío, pidiendo terminar lo que dejaron sin hacer.
Cementerios, último aliento de recibimiento, morada de almas perdidas, cárcel de almas inocentes. Todas en el mismo sitio, pudriéndose en el mismo lugar.
La longevidad del olvido, lápidas secas ansiosas de lágrimas que les recuerden lo que era la vida.
Vírgenes que observan desde su divinidad mundana. Caricias frías de mármol y piedra que observan los gemidos de niños, mayores y ancianos desesperados, ansiosos por encontrar una respuesta que nunca llega mientras sus cuerpos se descomponen. Preguntan a ángeles que se erosionan sin saber qué contestar.
No recuerdan nada, no saben nada. Su amor, sus temores, sus odios, todo se esfuma.
Se libran guerras, guerras del fin del mundo y nadie llora. Los soldados están durmiendo y nadie sabe que hacer, nadie está a salvo. Nunca se escapan, siempre los atrapa.
Puñados de polvo que alimenta el dolor de una tierra que no deja de gritar y con ella todos los repudiados, los olvidados, los que duermen como vivieron.
En su parcela, en su infinita morada de un metro cuadrado recuerdan todo lo que rechazaron en esta vida esperando encontrar en la siguiente.
Oscuridad, negrura, el espesor de una noche que dura para siempre.
Pasado, presente y futuro, todo se resumen en un solo tiempo: jamás. El jamás de las cosas que quedaron sin terminar, que les recuerda que el tiempo solo tiene una dirección; palabra pegada a carne, pellejo y huesos, incluso después de ser convertidos en polvo.
El vacío de dejar de ser lo que ya no se volverá a ser jamás.
La energía reclama lo que es suyo.
Somos uno y tarde o temprano tendremos que volver a la unidad que desde el momento que nacemos nos reclama desde la oscuridad de la nada.

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