Caminamos por esta vida con la esperanza de encontrar a
alguien que nos acompañe, nos apoye y nos haga más fácil el camino.
Normalmente, queremos que esa persona sea nuestro compañero de viaje y de cama
para no sólo hacernos más liviano el camino sino también más divertido. Cada
vez más gente decide hacer su camino a solas, sin necesitar a nadie que le
haga de bastón al caminar; decisión respetable pero que me hace plantearme
alguna que otra pregunta.
El concepto de ser social que describen todos los libros
cuando hablan de nuestra especie se ha deformado. Queremos tener gente al lado
para volcarle nuestras frustraciones, para que nos aguante, para que nos haga
compañía en esas noches en las que, aún sin quererlo, nos damos cuenta que
necesitamos a alguien que nos abrace por la noche. Pero, en cuanto amanece y se
nos pasa la morriña, todo queda como un favor mutuo, como cuando estás perdido
en mitad de la montaña y tienes que abrazarte a tu compañero de viaje para no
morir de frío. Pura practicidad.
Practicidad. Nos hemos vuelto demasiado prácticos. Tenemos
smartphones que nos llevan a la misma puerta del lugar que buscamos,
ordenadores que nos hacen el trabajo más fácil y redes sociales que nos ayudan
a ser populares sin salir de casa.
Todo lo que nos rodea en nuestra vida cotidiana es tan práctico que lo que
requiere un mínimo proceso mental para comprenderlo nos da máxima pereza,
como las relaciones humanas. Aún no existe aplicación que nos marque el camino
cuando te relacionas de una forma íntima con otra persona, así que hay que
echar mano del cerebro y de nuestra ¿inteligencia? emocional. ¡Qué pereza!
Mejor encajar piezas en el Candy Crush que en nuestra vida.
Pobres de nosotros. Queremos olvidar lo que significa la
palabra soledad. En un mundo interconectado nadie puede sentirse solo. Whatsapp,
Facebook, Instagram, Twitter, Youtube… La falsa ilusión
de no estar solos nos hacer olvidar que nunca estamos acompañados.
La soledad nos vuelve egoístas. No hay por qué atender las
necesidades de los demás, todo se reduce a un mero intercambio para seguir
sobreviviendo en este mundo en el que uno es fuerte hasta que encuentra a
alguien que lo hace débil. Y no hay nada más desagradable en este
individualismo moderno que encontrarte con una persona que te haga sentir
vulnerable. No nos damos cuenta lo maravilloso que es encontrar a alguien que
te tire al suelo, te haga sentir desnudo y a merced del destino.
Todos disimulamos muy bien. Si nos subimos en cualquier
vagón de metro nos encontraremos con un montón de personas ensimismadas que
viven esta vida sin necesitar nada, ni a nadie, bajándose en sus paradas,
haciendo su rutina y seguras de sí mismas con la confianza de que aunque
pierdan el rumbo siempre habrá una aplicación que les marque el camino hacia
ningún lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario