Es curioso como dejamos macerar
los sentimientos para poder convertirlos en algo medianamente potable y así poder
echarlos de menos. En el presente se ve inalcanzable, imposible de volver a
vivir. Personas a las que se acaba aborreciendo, con el paso del tiempo vuelven
para construir un pasado perfecto, lleno de películas bajo la manta y comida a
domicilio.
¿Por qué somos tan estúpidos?
¿Por qué grabamos en nuestra memoria recuerdos que nunca ocurrieron cuando ni
siquiera somos capaces de construir un presente de verdad? La melancolía es una
droga, una droga que engancha. Parece mucho más fácil pensar en lo que hicimos
mal, en lo que falló, en lo que pudo ser pero no fue antes que actuar de forma
correcta en el presente. Atemorizados nos encontramos, encerrados en nuestros
recuerdos de juventud, de locuras, de cuando molábamos. Cuando íbamos rompiendo
corazones y viviendo intensas aventuras de amor dignas de película.
Pero, ¿todo eso es real? ¿Todo lo
hemos vivido? ¿O quizá somos demasiado vulnerables y no queremos reconocer que
nuestro pasado, cuando era presente, solo aspiraba a un pasado anterior,
obviando un futuro, que ahora es presente y que se nos escapa de las manos
hablando en pretérito?
¿Qué tan malo tiene el presente
que lo dejamos deslizarse entre el pasado y el futuro? Desear, desear y desear.
Trabajar para el futuro, vivir para el futuro, cuidarse para el futuro. Deseo,
deseo, deseo. El presente es fugaz, tan liviano que parece que no importa. En
cada parpadeo se nos escapa de las manos, se torna en pasado y el futuro asoma
todas las noches en la cama cuando planificamos lo que vamos a hacer al día
siguiente.
El presente es imposible de
atrapar, por eso se nos antoja tan anodino. ¿Para qué hacer nada? Ya
construiremos un bonito recuerdo de todos los momentos que hemos pasado
pensando en el futuro. El hermano mediano del tiempo, nunca será el primero,
pero tampoco será el último; bailando en un limbo en el que pasan de largo ante
nuestros ojos todas las oportunidades, amores y programas del corazón que
podamos aguantar.
Si el presente es así, lo que al
menos podemos esperar de él es que nos deje sentarnos a construir nuestra vida
moldeando los recuerdos de un presente caduco para construirnos una realidad
sobre la que puedan escribir nuestro epitafio. Si el pasado lo construimos y el
futuro lo imaginamos, ¿qué margen nos queda para percibir una realidad que se antoje
real? Nunca sabremos lo que será, vivimos en una realidad virtual constante en
la que fabricamos nuestras percepciones y sentimientos.
Quizá esa astenia sentimental sea
nuestro estado natural. Si estamos en pareja, pensaremos que podemos aspirar a
algo mejor, pensando un futuro ideal; si estamos solteros la astenia
sentimental se presenta cuando vivimos intensamente el pasado y hacemos caso
omiso al futuro. El arduo trabajo de procesar sentimientos pasados son una forma de
agotarnos.
Cuando nos sentemos a enjuiciar el
pasado y a evaluarlo de una forma objetiva, nos daremos cuenta que no era tan
maravilloso eso que fue, que el presente lo podemos atrapar entre parpadeo y
parpadeo y que el futuro está para reírnos de él, ya que nos costará muchos
años, una vez se haya convertido en pasado, procesarlo y saber lo que fue en
realidad.
Cuando nos eche humo la cabeza,
pero todas las piezas hayan encajado podremos decir a boca llena que tenemos
astenia sentimental. O que hemos madurado, como se suele decir en otros
círculos.